El cuerpo depende de la sangre para muchas funciones esenciales, como transportar oxígeno desde los pulmones a las células, mantener una temperatura central constante y movilizar a las células inmunitarias para la defensa contra infecciones.1 Las enfermedades sanguíneas, también llamadas afecciones sanguíneas o enfermedades hematológicas, pueden impedir que la sangre cumpla estas funciones.2,3
Algunas enfermedades sanguíneas son agudas,4 es decir, tienen un inicio repentino y empeoran rápidamente.5 Otras son crónicas,4 duran tres o más meses, podrían empeorar con el tiempo,6 y podrían no tener cura.3 Algunas afecciones sanguíneas pueden ser hereditarias, mientras que otras surgen por enfermedades coexistentes. Además, algunos medicamentos o déficits nutricionales pueden provocar afecciones sanguíneas.4
La sangre está compuesta por líquidos y sólidos. El líquido, que representa más de la mitad de nuestra sangre, se denomina plasma. Está compuesto por agua, proteínas y sales. Los sólidos en la sangre son las plaquetas, los glóbulos blancos y los glóbulos rojos.3
Las enfermedades sanguíneas pueden afectar a cualquiera de estas partes.3 Si bien existen varias categorías amplias de afecciones sanguíneas, todas pueden impedir que la sangre cumpla cualquiera de sus funciones esenciales.4 Los tipos de afecciones sanguíneas incluyen:
Las enfermedades sanguíneas pueden dañar el cuerpo al afectar cualquiera o ambos componentes sólidos o líquidos de la sangre.3 Los síntomas varían según el tipo de afección sanguínea y suelen ser numerosos.9 Algunos efectos comunes incluyen: